El evangelio de hoy aparentemente es muy sencillo. Se puede resumir en pocas palabras: Jesús se encuentra a un ciego y le cura. Pero como nosotros no nos llamamos Bartimeo ni estamos ciegos podemos leerlo rápidamente y dedicarnos a otra cosa, de las muchas que tenemos pendientes.
Sería un gran error. Este evangelio, que parece tan sencillo, tiene un mensaje muy profundo. Sólo tenemos que sustituir el nombre de Bartimeo por el nuestro y tomar conciencia de nuestras cegueras para darnos cuenta de que necesitamos que Jesús sane nuestros ojos y nos enseñe a ser discípulos y discípulas. ¿Por qué?
Porque estamos llamados a tener una mirada contemplativa sobre el mundo y sobre cada persona y seguramente nos queda mucha suciedad en la mirada.
Porque estamos llamados a conmovernos ante quien llora y sufre y seguramente desviamos muchas veces la vista y seguimos nuestro camino.
Porque… ¡yo también soy Bartimeo!
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